#RickyRenunció: 10 reflexiones sobre una revolución

Alberto C. Medina
7 min readJul 25, 2019

En el paro nacional del 22 de julio. (Foto del autor)

Sin orden específico…

1. …excepto el primero, que tiene que ser éste: honor a quien honor merece. A los jóvenes y no tan jóvenes que protestaron día tras día. A los que aguantaron gas lacrimógeno. A los que convocaron, caminaron, gritaron, bailaron, hicieron arte, hicieron patria y, al fin y al cabo, hicieron historia. El país les debe una deuda incalculable. Gracias por enseñarnos o recordarnos que a veces hay que tirarse a la calle, y que “El puertorriqueño dócil” habrá sido por mucho tiempo un diagnóstico acertado, pero no tiene que ser nuestro destino.

2.El ELA es antidemocrático. Las mil maneras en que, lo que quiere nuestro pueblo queda relegado a un segundo plano ante los dictámenes del gobierno estadounidense, son antidemocráticas. Confieso que creía yo, entonces, que en Puerto Rico no hay mucha democracia. Pero las últimas semanas han demostrado que, por más que falte en nuestro sistema de gobierno y en nuestras instituciones, en Puerto Rico hay democracia infinita. La democracia inmortal, la innegable, la que emana de la voluntad del pueblo y del derecho humano a autogobernarse. Parece que siempre la tuvimos y, simplemente, no se nos había ocurrido sacarla a pasear.

3.El miércoles, poco antes de la renuncia de Rosselló, leí a un periodista estadounidense tuitear que la Calle Fortaleza esa noche era todo un “party”: Medallas, marihuana, y el famoso ‘perreo combativo’. Entiendo que medios locales compartieron informes similares. Dudo mucho que eso describiera a más de una ínfima fracción de los manifestantes.

Pero aún si hubiesen estado todos con cerveza en mano, eso no le restaría valor alguno a la protesta. Sí, hay momentos que ameritan solemnidad. Pero practicar la democracia debe ser un acto comunal y jubiloso. Primero, porque es algo intrínsecamente bueno, y las cosas buenas deben ser motivo de disfrute y satisfacción. Segundo, por razones prácticas: lo alegre atrae más gente que lo soso. Así que, por mí, que convoquen el perreo contra la Junta mañana. (‘Hat tip’ a mi colega en Tufts, el Profesor Peter Levine, quien ha escrito sobre este tema.)

4. Desperdiciaríamos este momento, inédito e insólito en la historia de Puerto Rico, si nos limitáramos a celebrar la renuncia de Ricardo Rosselló y a pedir la de Wanda Vázquez, o de cualquier otro sucesor hasta llegar a uno que sea lo suficientemente menos malo. Como muchos otros han señalado, este levantamiento político no se debe solo al famoso “chat”, sino que tiene sus raíces en descontentos profundos con la situación del país y la manera en que se ha gobernado durante décadas.

Para resolver esos problemas, y atender esos reclamos, será necesario ir más allá de un cambio de personal. Por eso, mientras entiendo que en su momento fue aconsejable dejar a un lado consideraciones partidistas e ideológicas con tal de proyectar unidad, se acerca la hora de volver a pensar en asuntos, sí, divisorios, pero fundamentales para el futuro de la nación. Quien diga lo contrario y siga insistiendo en una harmonía superficial nos condena a repetir el círculo vicioso que nos trajo hasta esta coyuntura.

5. Muchos puertorriqueños (sobre todo, muchos de mi generación) se han convencido de que el estatus no es un problema; o, si lo es, es uno secundario; que es una distracción innecesaria cuando debemos estar tratando de resolver los problemas más “concretos” del país. Es entendible que hayan llegado a esa conclusión tras décadas de ver el asunto irresuelto y a tantos líderes malos elegidos por sus ideologías de estatus. Pero la lucha por la dimisión de Rosselló debe develar cuán miope es esa postura.

El pueblo puertorriqueño pudo provocar la renuncia del gobernador porque somos sus electores — y los de Méndez, Rivera Schatz, Jenniffer González, y todos los alcaldes y legisladores que le retiraron su apoyo o iniciaron el proceso de residenciamiento. Los hicimos entender a todos que si no escuchaban nuestro reclamo, teníamos el poder y la intención de rechazarlos a ellos y a su partido en las urnas. Esa amenaza implícita es un elemento fundamental en la relación entre gobernante y gobernado.

Con los que nos gobiernan desde Washington, D.C., semejante amenaza no existe. Carecemos de la herramienta ciudadana más poderosa de presión política. Miren lo que han hecho aquí nuestros líderes sabiendo que nos tienen que rendir cuentas y que tenemos la capacidad de acabar con sus carreras políticas. Imaginen cómo legislan y deciden por Puerto Rico los congresistas federales y el mismo Presidente (Trump o el que sea), sabiendo que nunca tienen que enfrentar tal mecanismo de fiscalización democrática. O, no hay que imaginarlo, pues vemos y vivimos a diario las consecuencias de esa impotencia colonial.

6. Reconocer, como bien han hecho muchos manifestantes, que la corrupción en la administración de Rosselló es endémica en su partido — y que requiere nuestro rechazo a muchísimos otros ‘líderes’ del PNP — es un buen primer paso. Pero creo que podemos ir más lejos. Cuando se trata, por ejemplo, del Partido Republicano en Estados Unidos, pocos cuestionan la conexión íntima entre sus asquerosidades, personales y políticas, y sus ideas; su visión de mundo y su concepción de quién debe tener el poder y cómo debe ejercerlo. Aquí, hemos sido más tímidos a la hora de trazar esa línea recta entre el comportamiento de políticos como Rosselló y su apoyo a la estadidad.

A mi juicio, hay dos cosas que resaltar. Primero, en el nivel más básico, todo político que se atreva a decir que la estadidad está a la vuelta de la esquina es una de dos cosas: si realmente lo cree, ignorante y enajenado; si no lo cree y lo dice comoquiera, fundamentalmente deshonesto. Ya entrando en aguas más profundas: en el fondo, muchos estadistas desean nuestra anexión a un país que consideran superior porque desprecian a Puerto Rico y a los puertorriqueños. No faltan muestras en el “chat” de tal desprecio. Y no debe sorprender a nadie que le roben y maltraten a un pueblo que no valoran; que sus acciones no estén guiadas por el patriotismo, que pone el bien de la nación por encima de todo, sino por todo lo opuesto, que les permite ponerse a sí mismos por encima del país.

7.Es irónico, o quizás poético, que la renuncia de Rosselló se diera el mismo día que el exfiscal especial Robert Mueller declaró ante el Congreso de Estados Unidos sobre su investigación del Presidente Trump. No dijo gran cosa, y cada día es más evidente que cualquier esfuerzo para residenciar a Trump antes del 2020 está natimuerto. En Estados Unidos, país cuya cultura política e instituciones gubernamentales tantos aquí admiran y quieren emular — al punto, en el caso de los estadistas, que quieren subsumir las nuestras bajo las de ellos—hace años saben que su gobernante es in idiota, racista, probablemente traidor, y un acosador sexual confeso. El hombre sigue en la Casa Blanca. Aquí, por crímenes y faltas de mucha menor envergadura, sacamos a Ricky en par de semanas. ¿Quién debe admirar a quién?

8.Cada vez que debato con algún estadista y logro que acepte cuán cuesta arriba, por no decir improbable (por no decir imposible) es el camino hacia la estadidad, invariablemente riposta que se puede decir lo mismo de la independencia, ya que ésta goza de tan escaso apoyo. Mi respuesta siempre es la misma: no todos los impedimentos son iguales. Casi todos los factores que obstaculizan la estadidad son elementos inmutables de la política y la sociedad estadounidense que los puertorriqueños no tenemos posibilidad alguna de cambiar.

Por otro lado — y sin afán de minimizar los retos genuinos que ésta pueda traer — el impedimento principal a la independencia es que la gente no la quiere. Pero he ahí otra lección fundamental de estos últimos días: lo que la gente quiere puede cambiar rapidísimo. Hace un mes nadie soñaba con la salida prematura del gobernador. En cuestión de días se convirtió en el reclamo innegociable del pueblo puertorriqueño. No vaticino un cambio tan súbito en la opinión pública sobre el estatus. Pero vale la pena recalcar esa diferencia entre lo que no sucede porque no lo quiere otro, y lo que no pasa porque no lo hemos querido nosotros. Por ahora.

9. Vivimos en la era de la denuncia y de proclamar a qué y a quién nos oponemos. En Puerto Rico, con tanto político malo al que criticar, y con la experiencia ahora de haber triunfado con una postura de oposición, es más tentador que nunca seguir enfocándonos en quién lo hace mal, quién no nos gusta y a quién debemos sacar. Pero eso es hacer la tarea incompleta. “Ese no” no puede gobernar un país; no saldrá en ninguna papeleta.

En algún momento (y pronto) tenemos que dedicarle tiempo y atención a investigar — con la misma perspicacia con la cual no le dejamos pasar una a Rosselló y a sus secuaces — qué líderes y partidos merecen nuestro apoyo; cuáles han dicho y hecho lo correcto y lo que concuerda con nuestras aspiraciones para el país. Y hay que hacer constar ese apoyo, tan públicamente como con el repudio a Ricky, también en la calle de ser necesario. Esto es esencial, porque si solo nos dedicamos a hablar de los malos y nunca de los buenos, creamos la impresión de que buenos no hay. Y pues, si todos son malos, a votar por el que sea.

10. Que nadie piense que el rechazo a Ricardo Rosselló en las últimas semanas fue unánime. Que nadie piense que todos andan tan convencidos como el cognoscenti boricua en Twitter de que el PNP ya no merece más votos. No todos hemos llegado a las mismas conclusiones, y con los que no compartan las nuestras hay dos caminos a seguir:

La primera opción es denigrarlos, tratarlos como ignorantes incorregibles, y marginarlos de la vida política del país. Es el camino más divertido, más catártico, quizás hasta el más justo, pero me temo que contraproducente y hasta peligroso. Hemos visto en Estados Unidos, con Trump, cómo se han atrincherado tantos conservadores al verse asediados por burlas e insultos. La segunda alternativa es la inclusión, el diálogo, intentar comprender y, si se puede, persuadir. Es el camino más arduo, quizás el más fútil; seguramente dejo entrever algún grado de inocencia al recomendarlo. Pero prefiero eso a que digan que nunca lo intentamos.

Además, miren lo que ha pasado. Que levante la mano el valiente que se atreva a afirmar que está seguro de lo que es y no es posible mañana en Puerto Rico.

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Alberto C. Medina
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Written by Alberto C. Medina

Advocate for Puerto Rican independence. President of Boricuas Unidos en la Diáspora (BUDPR), a national nonprofit organization fighting for decolonization.

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